Un planeta dentro de otro planeta

“estas observaciones proporcionan una evidencia de que existen interacciones dinámicas entre las distintas capas de la Tierra, desde el interior más profundo hasta la superficie, posiblemente debido al acoplamiento gravitatorio y al intercambio de momento angular desde el núcleo y el manto hasta la superficie” (Yang & Song,2023)

“El núcleo de la tierra se ha detenido, incluso, se podría estar revirtiendo, “un planeta dentro otro planeta”, fueron algunas de las frases inquietantes que he leído esta mañana mientras tomaba el café. Preocupado por las implicaciones que puede conllevar este nuevo descubrimiento científico, me decidí a leer todas las noticias relacionadas en los periódicos más respetables y, también, de algunos otros no tan prestigiosos. Al parecer, según la rigurosa empresa científica, esa que habla el lenguaje de los datos, “se basa en evidencia” y publica en revistas como Nature; el núcleo interno (interno porque, sí, hay más de uno) estaría en un proceso de franco desaceleramiento con respecto al manto exterior de la tierra. Dicho de otro modo, y en favor de la compresión, en este momento planetario la cáscara del huevo va mucho más rápido que la yema.

Todos nosotros, seres absolutamente superficiales, es decir, habitantes de la cáscara terrestre, estamos ahora profundamente trastocados por esta revelación. O deberíamos de estarlo, al menos en el campo simbólico. A fin de cuentas, se trata de una parte íntima que, aunque siempre con nosotros mismos, camina en otra dirección, o en el menor de los casos, va con retraso. Algo así como si nuestra sombra siempre llegase tarde a nuestras citas. En definitiva, tiene razón Xiaodong Song (uno de los autores del estudio) cuando afirma que esto va de “un planeta dentro de otro planeta”.

Después de sentir el vértigo que esta noticia supuso, ese que solo provoca la sensación de desbordamiento existencial, una extraña calma me acogió. Y es que, si no se trata de un planeta, sino de dos, quizás esto explicaría algunos fenómenos que me vienen provocando mucha angustia desde hace algún tiempo. Yo había escuchado de mundos diferentes, el primer y tercer mundo por ejemplo, pero de esta nueva taxonomía planetaria jamás me había enterado.

Puesto así, estaba dispuesto a convertir esta nueva situación paradojal, cargada de “acoplamientos gravitatorios”, “campos magnéticos” y “variaciones multidecadales” (que no es lo mismo que de varias décadas), en un dispositivo hermenéutico capaz dar luz a cuestiones sociales contemporáneas. Después de todo, si el movimiento o no del núcleo planetario en relación con nuestra corteza terrestre se determina a través de la posición relativa (si se ve desde la tierra misma o por ejemplo desde el sol), quizás por un extraño juego semántico/astral, de desplazamientos y desfijaciones, también vivamos en planetas sociales significados desde el núcleo y desde la superficie, o mejor, mundos de sentido centrípetos y mundos de sentido centrífugos.

Mi primer hallazgo es que, si estas esferas concéntricas giran de manera contraria, y si para alguna de estas esferas el sol aparece en el Oeste y se oculta en el Este, podríamos pensar por ejemplo que las Fake News no serían ya una corrupción de la verdad, sino una “interpretación antihoraria” de la realidad; o quizás, que la extrema derecha ya no sería el preludio del fascismo, sino una forma democrática a contrapelo. Entonces habría simplemente personas más identificadas con un movimiento gravitacional que con otro.

Sin embargo, mucho más importante que esta relación de lo anterior con lo posterior, del abajo y arriba, de la izquierda y la derecha, o de lo anverso con lo reverso; la mayor transgresión de este hecho de ciencia tiene que ver con lo que está adentro de lo que está afuera.

De tal manera, y por esto mi tremenda sorpresa, es que grandes ideas que uno estimaba por su imaginación política, estaban terriblemente equivocadas. Erraba por tanto Eduardo Galeano cuando escribió su libro “Patas arriba” para describir este mundo inverso, o peor, fallaba también Waman Puma cuando en su famosa crónica de 1615 denunciaba la injusticia colonial como “El mundo al revés”. Ni qué decir de la sugerente teoría decolonial que había redescubierto la verdadera cartografía, es decir, los mapas de una América a ciento ochenta grados, con Argentina arriba y Canadá en el piso.

Toda esta memoria intelectual y sentimental tenía que ser ahora revisada, pues su confusión era constituyente, estructural. Lo que prefigura al mundo no es el eje izquierda-derecha como cuenta el marxismo, ni tampoco el eje abajo-arriba como les gusta decir a los teóricos del populismo laclausiano; lo que organiza al mundo, de acuerdo con esta reciente constatación científica, es un asunto de capas gravitacionales, es el binomio afuera-adentro.

Si nuestro propio astro está contrariado y peleado hacia sus adentros (y hacia sus a afueras), y si estas enormes esferas, por complejos influjos gravitatorios, construyeran superposiciones de significado en las personas, mi cometido de construir un nuevo dispositivo de inteligibilidad social talvez llegaría a buen puerto.

Hace poco se celebró (hay quién lo celebra) la Conferencia sobre el Cambio Climatico (COP 27), una reunión multilateral en el que los países, bajo la vanguardia del norte global, fantasean sobre posibles formas en las que el planeta le pueda sobrevivir al capitalismo. La diferencia sustancial entre esta Conferencia y otros acuerdos supranacionales como por ejemplo el de la Organización Mundial del Comercio, es básicamente que para establecer las reglas del comercio tenemos tratados vinculantes, es decir, de acatamiento obligatorio, mientras que para los principios que protegen la vida, tenemos apenas sugerencias y recomendaciones. ¿Cómo se pudiese entender que millones de personas imaginen la posibilidad de un comercio sin planeta, sino porque la tierra y su núcleo no bailan ya sincronizados?

O, por ejemplo, que en Perú en este momento son “terroristas” las personas que defienden la democracia. Si no es por un mundo de sentido de la capa de adentro, en riña con el mundo de sentido de la capa de afuera, ¿cómo se explicaría que la globalización reivindique el libre tránsito de los billetes al tiempo que el derecho al movimiento se pague con la muerte para miles de migrantes? O que una empresa tenga “personalidad jurídica” y que un río o un árbol no tengan nada (ni peces ni pájaros).

Como he dicho, habría personas adentro y otras afuera, unas más identificadas con un movimiento gravitacional que con otro. Incluso, habría quienes estando en la esfera exterior del planeta se sientan influenciados por el movimiento del núcleo, y lo mismo en el sentido contrario. Este es el planeta de la no correspondencia, una estrella que gira y también “desgira”. Un planeta con afueras adentro y adentros afuera; con campos magnéticos concéntricos y ¿excéntricos? (a esta altura me permito el chiste).

Ahora bien, probada relativamente esta nueva maquinaria hermenéutica, de lo que podemos estar seguros es que en las condiciones actuales, este planeta (y su otro planeta interno) gira(n) pa’ la izquierda o pa’ la derecha: es un huevo cósmico que con cascara y yema, va pal’ despeñadero.

Nota: mientras termino de escribir esto, he leído una noticia con el titular “El reloj del fin del mundo sitúa a la humanidad más cerca del Apocalipsis que nunca”. La ciencia no deja de darme la razón.

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